De todos es sabido que los aprendizajes adquiridos en el aula son instrumentos útiles que nos pueden ayudar a comprender el mundo pero que, sin embargo, son utilizados por los estudiantes para el simple fin de aprobar las asignaturas, olvidándose después de tales aprendizajes, que solo servirían si nuestra vida fuese como esos concursos de televisión basados en preguntas–respuestas de tipo memorístico.
De esta manera, los estudiantes, apenas salen del aula, parecen sufrir una pérdida de memoria en cuanto a los aprendizajes trabajados y estudiados para el colegio, la facultad, etc.
Si analizamos el problema, podría decirse que si se reproduce es sobre todo porque, en buena medida, se piensa fundamentalmente en el qué se enseña, dejando atrás el cómo, ya que existen métodos memorísticos que no ayudan a la comprensión de aquello que se está trabajando.
Estamos acostumbrados a separar los conocimientos adquiridos en el aula y los adquiridos en la vida fuera de ella, del mismo modo que nos dejamos guiar más bien por el sentido común para resolver problemas cotidianos a los que podríamos dar respuesta mediante los aprendizajes académicos.
Quizá todo este problema venga determinado por el qué y el cómo enseñar. Desde pequeños estamos acostumbrados a escuchar comentarios como: ¿y esto que estudiamos para qué nos sirve?, ¡vaya aburrimiento!, ¡no consigo enterarme y tendré que estudiar de memoria!, ¡vaya pérdida de tiempo!
Parece que los conceptos que puedan ayudarnos y enseñarnos de manera clara a conocer y desenvolvernos en la realidad que nos rodea son conceptos desvalorizados, demasiado comunes y simples. Quién no ha leído textos en los que aparecían muchos tecnicismos y ha considerado que se encontraba ante una lectura importante, escrita por personas verdaderamente cultas e inteligentes por el simple hecho de que empleaban términos prácticamente desconocidos para todo el mundo.
Es por todo esto por lo que quizá el problema se ubique en el qué enseñar, aunque, también, en el cómo, puesto que como ya todos sabemos no es lo mismo un profesor que otro, aunque ambos impartan la misma asignatura. La metodología empleada se convierte en una herramienta indispensable que puede hacer de una determinada materia un “respiro” o un “latazo”.
La realidad es que, en muchas ocasiones, los aprendizajes académicos son memorísticos, incomprensibles y prácticamente inutilizables en nuestra vida cotidiana, por lo que sólo sirven para plasmarlos en el examen y, más tarde, olvidarlos. No debemos hacer distinción entre estos conocimientos y los adquiridos fuera del ámbito académico; solamente uniéndolos conseguiremos verdaderamente que el conocimiento, en general, nos haga felices ayudándonos a comprender, a interpretar, a vivir.